
Para asombro de Juan Salvo, y también nuestro, su búsqueda llega a un punto de quiebre. Clara, su hija, reaparece sin aviso… y sin recuerdos. No sabe dónde estuvo, no recuerda lo que vivió. Una laguna mental lo cubre todo, y de golpe, nada parece tener sentido. Salvo empieza a sospechar lo impensado: ¿y si todo esto fuera una simulación? ¿Y si todos están confabulados para hacerlo creer que es real? El tiempo se dobla, la realidad se fragmenta, la violencia escala, y Lucas… ni siquiera sabe dónde está parado.
Así con esta premisa, extraña, confusa, llena de escenas de una violencia extrema, (ponele…) El PELADO Investiga, les presento: EL ETERNAUTA, episodio 5, “Paisaje”
EPISODIO 5 | Paisaje (Análisis)
LA NATURALEZA DEL QUINTO EPISODIO
A un paso del final de temporada, el quinto episodio de “El Eternauta” se vuelve una bisagra emocional y narrativa. Aquí, la historia se interna de lleno en el pasado de Juan Salvo, no como un simple recuerdo, sino como una grieta por donde se cuelan traumas olvidados que resuenan con fuerza en su presente.
El episodio se construye como una espiral de alucinaciones: imágenes que parecen visiones, pero son recuerdos reprimidos, deformados por el dolor. Lo notable es cómo estas memorias no solo revelan quién fue Juan, sino que también proyectan lo que está por venir. El pasado y el futuro se funden en un solo flujo de conciencia, atrapando al espectador en un terreno movedizo donde cada escena revela y oculta a la vez.
No se trata de flashbacks convencionales, sino de una narrativa adictiva que mezcla tiempos, sensaciones y símbolos, llevando al protagonista —y con él, al espectador— al límite entre la razón y el colapso emocional. La angustia, la culpa y el miedo emergen como fuerzas que empujan la historia hacia un desenlace inevitable.
Este episodio no busca respuestas inmediatas, sino intensificar el clima psicológico. Funciona como antesala del cierre, pero también como punto de inflexión: Juan Salvo ya no puede huir de lo que lo atormenta. Y nosotros tampoco.
ESCENAS ICÓNICAS
El quinto episodio abre con una de las secuencias más potentes de toda la serie. La escena nos sitúa en las Islas Malvinas, en medio de una batalla devastadora. Un joven Juan Salvo camina entre los cuerpos de sus compañeros caídos, con el humo, el barro y el fuego envolviendo la escena en una atmósfera de desolación bélica. La fotografía es impecable: tonos fríos y apagados que contrastan con explosiones breves pero estremecedoras. No se trata solo de una recreación histórica, sino de una inmersión emocional en el trauma del protagonista.
Y justo cuando parece que todo está perdido, el tiempo se quiebra: un silbido familiar corta la escena. Juan Salvo, aún soldado, se da vuelta y frente a él aparece su yo del futuro, enfundado en el icónico traje protector con la máscara. Es un momento suspendido, entre lo real y lo imposible, entre la guerra externa y la interna. El encuentro de ambos Salvo no solo es visualmente impactante, sino que marca uno de los puntos más altos de la serie en cuanto a tensión simbólica y narrativa.
Otra escena verdaderamente fascinante —y visualmente inolvidable— ocurre cuando Favalli y Juan Salvo contemplan juntos el Puerto de Olivos. Allí donde debería haber agua, sólo queda un vacío inquietante: el lecho seco del río, convertido en un terreno fangoso, desnudo, donde las embarcaciones descansan varadas, como esqueletos de otro tiempo. La fotografía de la escena capta ese extrañamiento con una belleza perturbadora. Los colores apagados, el cielo denso, las siluetas recortadas de las embarcaciones inmóviles sobre el barro: todo construye un clima de desolación que habla más que cualquier diálogo.
El recorrido se convierte en un viaje visual por una tragedia inabarcable. La autopista —uno de los símbolos del movimiento urbano— se presenta ahora como una cicatriz inmóvil. Centenares de vehículos detenidos en seco se extienden hasta donde alcanza la vista. No hay caos ni sonido: solo quietud y muerte.
EL COMPORTAMIENTO DE CLARA SALVO
Uno de los momentos más desconcertantes del episodio ocurre cuando el grupo llega a la casa de Favalli. Para sorpresa de Juan Salvo —y también del espectador—, Clara aparece viva, intacta, como si nada hubiera pasado. El problema no es solo su sorpresiva supervivencia, sino el vacío total en su memoria: no recuerda el apagón, ni la nevada letal, ni a sus amigas en el bote, ni el terror que atravesaron juntas.
La escena, que podría haber sido un poderoso reencuentro cargado de tensión o alivio, se convierte en una grieta narrativa difícil de ignorar. La amnesia de Clara no se explica, ni se insinúan razones dentro del mundo construido por la serie. ¿Fue un error, un olvido de guión, o una pista hacia algo más complejo?
Salvo, recostado junto a su hija, la acaricia con ternura, como intentando aferrarse a un respiro. Pero su gesto se detiene. Bajo el cabello, al tocar su cabeza, siente algo... fuera de lugar. Un bulto, una textura extraña, una alerta que no logra ignorar. Le pregunta a Elena —que además de madre, es médica— si lo ha notado. Ella, sin inmutarse, responde que ya lo vio, que no es nada, que se relaje.
Pero Salvo no se relaja. Y nosotros, como espectadores, tampoco.
Otra escena profundamente desconcertante —y cargada de tensión silenciosa— ocurre cuando Clara, la hija de Juan Salvo, despierta. Su rostro muestra calma, pero hay algo profundamente inquietante en su mirada: no recuerda nada. Ni el bote con sus amigas, ni la máscara ni el traje protector que llevaba puesto al llegar. Todo ha desaparecido de su memoria.
Ese vacío absoluto, esa amnesia selectiva, cae como un balde de hielo sobre sus padres. Juan y Elena la observan con desconcierto, intentando no alarmarse, pero no pueden ocultar la confusión. Favalli y su esposa también perciben la incoherencia, como si algo no encajara, como si lo que Clara dice —o no dice— contradijera los hechos vividos apenas horas antes.
Durante una cena en el supermercado convertido en campo de refugiados, la aparente calma se rompe de manera abrupta. Clara, sin previo aviso, se pone de pie y comienza a golpearse la cabeza con violencia, en un gesto brutal, descontrolado, que deja a todos paralizados. La escena dura apenas unos segundos, pero es suficiente para sembrar el terror. Luego, como si nada hubiera pasado, se calma y vuelve a su estado anterior, como si una presencia ajena se hubiese retirado de su cuerpo.
El desconcierto es absoluto. Nadie entiende qué acaba de suceder. La tensión se palpa en el aire. Salvo, visiblemente afectado, insiste en que deben llevarla a la isla de Favalli, convencido de que allí estará a salvo. Se genera una breve discusión, un cruce de opiniones que refleja el miedo, la urgencia y la pérdida de control.
Es entonces cuando Favalli, intentando esclarecer la situación, recurre a una evidencia concreta: saca una hoja del libro de entradas y salidas del puerto y señala, con inquietud, una firma. La de Clara. Según el registro, ella y sus amigas estuvieron efectivamente en su embarcación. La hoja no miente.
El descubrimiento es demoledor. Confirma lo que Clara niega recordar y profundiza el misterio: ¿por qué no lo recuerda? ¿Quién —o qué— controla su mente y su comportamiento?
ANÁLISIS DE ESCENAS
En una de las secuencias más inquietantes del episodio, el grupo llega a un supermercado que ha sido reconvertido en centro de refugiados. A primera vista, el lugar parece una suerte de oasis dentro del caos: hay comida, techo, y un cierto orden. Pero pronto queda claro que esa calma es frágil, que la amenaza no está solo afuera. Cualquiera puede convertirse en el detonante que transforme ese refugio en un infierno.
Es en este contexto que se produce una escena de aparente distensión: Salvo y Lucas comparten una cerveza, como buscando una pequeña pausa en medio de la tragedia. Pero esa pausa es solo superficial. Lucas, con intuición de amigo, nota algo en Juan. Lo percibe ausente, desconectado, como si por momentos no habitara del todo la realidad. Le pregunta si está bien. Juan responde que sí, casi por reflejo, pero lo que dice a continuación deja una grieta abierta:
“La vi y tuve una sensación de mierda. Como si no fuera real, me parecía una simulación, y que todos ustedes estaban confabulados para hacerme creer que estaba pasando de verdad ¿Me entendés?”
Esa confesión, dicha con la voz baja de quien ya no está seguro de sí mismo, es un golpe seco. Para quienes leímos “El Eternauta”, esa línea no es casual. Es una alarma, un eco del destino que Salvo no puede evitar.
En medio del caos y la incertidumbre, hay pequeños momentos de ocio que parecen querer recuperar algo de normalidad. Uno de ellos involucra a Lucas, quien decide distenderse junto a algunos personajes secundarios en el supermercado-refugio. Entre bromas y risas forzadas, insiste con encontrar una botella de whisky, como si aferrarse a ese gesto fuera una manera de negar la gravedad de lo que los rodea.
Cuando finalmente la halla, la escena cambia súbitamente de tono. Lucas queda inmóvil, la botella en mano, mirando fijamente hacia una de las entradas del supermercado. El ruido del entorno se apaga lentamente. La cámara lo encuadra en un primer plano que acentúa su desconcierto, su mirada clavada en algo —o alguien— que nosotros no vemos.
De pronto, una euforia inesperada se apodera de los supervivientes. Un murmullo se convierte en gritos. Todos corren hacia la entrada del supermercado. Juan Salvo, arrastrado por la energía colectiva, se abre paso entre la multitud y comprueba lo impensado: “ha dejado de nevar”. Por primera vez en días, el sol irrumpe tímidamente sobre el cielo ennegrecido. La luz cae sobre los rostros sucios y exhaustos, como una bendición inesperada. Hay risas, lágrimas, abrazos. Un instante de alivio absoluto.
Pero no todo encaja. Favalli, siempre racional, saca su brújula. Y entonces, la revelación: los polos se han invertido. Lo que antes era sur, ahora es norte. La tierra ha cambiado sus reglas. El mundo, literalmente, ya no es el mismo. En medio del júbilo general, este detalle inquietante pasa casi desapercibido… excepto para quienes comprenden que esta “calma” puede ser solo otra forma de amenaza.
Llegamos a uno de los momentos más violentos y desgarradores de toda la primera temporada de “El Eternauta”. De pronto, irrumpe un “Peugeot 404” —ícono de otra época— que se detiene frente al supermercado convertido en refugio. Tres desconocidos descienden. Llevan puestas máscaras que ocultan por completo sus rostros y portan armas automáticas pesadas. No dicen una palabra. Sin motivo aparente, abren fuego.
Lo que sigue es una masacre. La escena estalla en un frenesí de violencia. Las balas no suenan como efectos de sonido, suenan reales, secas, ásperas, cargadas de muerte. Personas caen como hojas. El pánico se apodera del lugar. Gritos, sangre, cuerpos. La adrenalina atraviesa la pantalla.
En medio del caos, Favalli grita desesperado:
—¡Juan, te necesito acá! ¡Nos están matando!
Ese llamado lo arranca de un breve letargo. Salvo, como poseído, entra en “modo Terminator”. Preciso, letal. Cada disparo suyo encuentra su blanco. Ya no es solo el padre protector, ni el hombre confundido por las visiones: es un soldado, uno entrenado para sobrevivir en el infierno.
Una de las secuencias más intensas se da cuando uno de los atacantes, tras un forcejeo con su arma atascada, queda expuesto. Juan lo encara.
—¡Tirá el arma! —le grita.
Pero el atacante hace lo contrario: se prepara para disparar. Sin dudar, Juan responde con un disparo certero. Lo ejecuta.
Tras la brutal masacre en el supermercado, con dos de los tres atacantes abatidos por Salvo, la tensión no da tregua. A los pocos minutos, arriban camiones del Ejército Argentino. De uno de ellos desciende Lucas, el mismo que había desaparecido misteriosamente horas antes. La sorpresa es total. Juan, Ana, Favalli lo miran incrédulos.
Lucas, algo aturdido, ofrece una explicación fragmentada: cuenta que casi lo atropellan mientras caminaba por una autovía. Favalli, desconcertado, le pregunta directamente:
—¿Y cómo llegaste hasta allí?
Lucas simplemente responde:
—No lo sé.
Su respuesta, lejos de aclarar las cosas, profundiza el misterio. Hay algo roto en la línea de los acontecimientos. Algo que no encaja. Pero el episodio no cierra con ellos. En sus últimos minutos nos lleva de nuevo a la oscuridad. El tercer atacante, el único que sobrevivió, se aleja por debajo de la autopista. Camina por un enorme túnel de desagüe, rodeado de agua estancada. El ambiente es asfixiante, húmedo y pútrido.
De pronto, un cascarudo le cierra el paso. La criatura y el humano se observan durante unos segundos. No hay miedo, ni amenaza. Solo reconocimiento. Y luego, cada uno sigue su camino.
El atacante se interna más en el túnel hasta que se encuentra con una barrera viva de cascarudos. Un enjambre denso, imponente. Pero no lo atacan. Se abren. Le permiten el paso.
La escena es tan desconcertante como simbólica. El atacante no era un simple humano más. ¿Hay una conexión con las criaturas? Y con este gesto final, el episodio nos deja una verdad perturbadora: el enemigo está entre nosotros, y ya conoce el camino.
EPÍLOGO Y CALIFICACIÓN
Estamos a punto de cerrar esta historia inspirada en “El Eternauta” una reinterpretación que dentro del Multiverso de Stagnaro, decide abrir su propio camino. A esta altura del relato queda claro que no estamos ante la obra que muchos creímos que sería
Y no lo digo como una crítica negativa: no es una mala serie de ciencia ficción ni mucho menos. De hecho, tiene momentos muy logrados con una estética potente y una narrativa visual cuidadosamente construida. Pero sí es cierto que se aleja cada vez más de la esencia de “El Eternauta” original
Los cambios de contexto la actualización temporal las modificaciones en el rol de ciertos personajes y la inclusión de otros que insisto se sienten ajenos al espíritu de la obra dan como resultado un producto distinto. Es otra mirada otra propuesta. Una que ya no intenta emular sino reconstruir desde cero.
Mi calificación para la base narrativa y fotográfica de esta historia de ciencia ficción, basada en “El Eternauta”, es un 10 (PELADO Investiga).
Mi calificación para el “El Eternauta Episodio 5: Paisaje” como una adaptación del clásico de Oesterheld es un 8 (PELADO Investiga).
Aun con sus diferencias hay que reconocer el mérito de una producción argentina que se atreve con el género de la ciencia ficción con este nivel de cuidado y factura técnica es motivo de orgullo. Abre un panorama esperanzador para la industria audiovisual del país y marca un precedente que merece ser celebrado.
Nos queda un solo episodio. Veremos cómo cierra esta historia. De eso hablaremos en el último análisis. Pero pase lo que pase algo queda claro: “El Eternauta” ha vuelto, aunque no como lo esperábamos tal vez como lo necesitábamos.
El PELADO Investiga