
¿Qué harías si de pronto te dijeran que todo lo que viviste... ya lo viviste antes? En este episodio final, Juan Salvo camina entre el cadáver de una ciudad muerta, un resplandor azul que emana de un estadio de futbol y recuerdos rotos, intentando convencer a Darín —y a nosotros— de que él es “El Eternauta”. No el de Oesterheld... el de Stagnaro. Entre trenes blindados, cascarudos que vuelan por los aires, guiños al cómic original y un Lucas desquiciado que al fin hace algo útil…
Así con esta premisa final llegamos al clímax de esta serie que reescribe por completo la historia original con un jugo de tomate en la mano (ponele…) El PELADO Investiga, les presento: EL ETERNAUTA, episodio 6, “Jugo de Tomate Frío”
EPISODIO 6 | Jugo de Tomate Frío (Análisis)
LA NATURALEZA DEL SEXTO EPISODIO
Dicen que lo bueno se hace esperar. Y finalmente llegamos al último episodio de esta primera temporada de “El Eternauta”, una reinterpretación ambiciosa que, bajo la dirección de Stagnaro, nos presenta a un Juan Salvo que parece atrapado en su propia bifurcación narrativa, como si cada decisión lo lanzara a una nueva variante dentro de un multiverso que él mismo no termina de comprender.
Este episodio cumple una doble función: cerrar el ciclo y al mismo tiempo abrir nuevas líneas posibles, como si ya no estuviéramos siguiendo una historia lineal, sino un conjunto de realidades ramificadas que se superponen. Si existiera una Autoridad de Variación Temporal —la TVA de este universo— seguramente estaría levantando una ceja ante tantas desviaciones del eje original.
Aun así, este cierre plantea preguntas necesarias. ¿Hasta qué punto esta historia es “El Eternauta”? ¿Y hasta dónde estamos viendo otra cosa que solo se le parece? El deseo, claro, es que, si hay una segunda temporada, el rumbo vuelva a alinearse con esa línea temporal central donde Juan Salvo no es una variable, sino el protagonista de una de las obras más icónicas de la ciencia ficción argentina. Porque más allá del multiverso, lo que muchos seguimos esperando… es al Eternauta de siempre.
ESCENAS ICÓNICAS
Una de las secuencias más memorables del episodio ocurre cuando la locomotora modificada avanza con furia hacia la barrera de autos que los cascarudos han levantado cercando toda la periferia de la ciudad y que pasa sobre las vías del ferrocarril. En un plano general, los vemos —esas criaturas siniestras— moverse con inquietud, como centinelas vivos sobre los vehículos apilados, presintiendo el inminente choque.
La cámara se desplaza con precisión hacia la izquierda, y se detiene justo a tiempo para captar la embestida: el tren se aproxima a toda velocidad. Lo que sigue es un momento icónico. El impacto es demoledor, una coreografía de destrucción magníficamente ejecutada. El acero cede, los cascarudos vuelan por el aire, mezclados con los restos de los autos. La locomotora, símbolo de fuerza y resistencia, abre camino sin detenerse, como una declaración de guerra a la derrota.
Es más que una escena de acción: es un mensaje. La esperanza avanza sobre rieles, y con ella, la certeza de que los sobrevivientes no están solos. Que aún es posible resistir. Que se puede luchar. Y ganar.
PERSONAJE ICÓNICO
Casi al final, la narrativa nos indica a un personaje icónico que es fiel al espíritu del comic original, en la locomotora, Omar herido, recostado observa como un soldado escribe con premura y casi con una obsesión ciega como si quisiera registrar todo lo ocurrido al detalle sin perder nada. Al preguntarle que anota en su libreta, y si es escritor, le dice que quiere registrar todo lo que paso hasta ahora y que es periodista. Y conocemos su nombre “Ruperto Mosca” personaje esencial en la obra original y espero que lo sea en el Multiverso de Stagnaro.
LOCACIONES NUEVAS
El grupo liderado por Salvo, compuesto por soldados, civiles y ese puñado de sobrevivientes aún con esperanza, llega a un nuevo escenario: la estación Boulogne Sur Mer, del ferrocarril Belgrano Norte. Una locación inédita, que no existe en el relato original de Oesterheld, pero que se incorpora aquí como una nueva pieza dentro del multiverso narrativo que Stagnaro viene construyendo.
Este lugar se convierte en el centro de una operación clave. El objetivo: transformar una locomotora en una fuerza de choque que les permita atravesar la imponente barrera de vehículos abandonados que los cascarudos han erigido para sellar el acceso a la ciudad.
Quiero hacer un pequeño llamado de atención, quizás menor, pero no por eso menos interesante. Luego de que la locomotora rompe la línea de defensa de los cascarudos e ingresa triunfalmente a la ciudad, la vemos llegar a la estación Lisandro de la Torre del Ferrocarril Mitre. Ahí, justo antes de detenerse, choca apenas contra un cartel caído sobre las vías. Esta estación conecta, además, con la estación de subte Ministro Carranza.
En un primer vistazo, podría parecer un error de continuidad o producción, ya que el grupo partió desde la estación Boulogne Sur Mer, que pertenece a la línea Belgrano Norte. Sin embargo, no lo es. La línea Mitre —que conecta Retiro con Tigre— y la Belgrano Norte —que va de Retiro a Villa Rosa— comparten un tramo de vía en la zona de la estación Bartolomé Mitre, antes de bifurcarse hacia sus destinos. Es decir, el recorrido es narrativamente posible.
Un detalle técnico, sí, pero que habla de un nivel de precisión y cuidado en la producción que vale la pena destacar.
Otra locación clave se suma en el episodio final de “El Eternauta”: la emblemática Torre Dorrego, más conocida por todos como “el Rulero”. Este imponente edificio se convierte en un punto neurálgico para los sobrevivientes. Es allí donde Juan Salvo, Favalli, Lucas, el inútil de Omar, junto a militares y otros civiles, intentan transmitir un mensaje de esperanza y organización: convocar al resto de los supervivientes a reunirse en Campo de Mayo.
Pero la escena cobra un giro inquietante cuando, desde lo alto del edificio, Omar observa una luz intensa y misteriosa que emerge desde el estadio Monumental, la cancha de River Plate. ¿Una señal? ¿Una trampa? El enigma se instala y nos deja expectantes.
ANÁLISIS DE ESCENAS
Desde el inicio, el episodio nos sumerge en una atmósfera onírica. Juan Salvo camina solo por el mismo centro comercial que conocimos en el capítulo anterior. Pero esta vez no hay caos ni supervivientes, solo escaparates intactos, vitrinas brillantes que parecen congeladas en el tiempo. Se detiene frente a una de ellas, hipnotizado. Entonces, sin previo aviso, una mujer aparece a su lado.
La conversación entre ambos es breve, íntima, como si compartieran un secreto que él no recuerda. Salvo nota que ella lleva al cuello una cadena con tres dijes, sutil símbolo de que tiene tres hijos. Su rostro se tensa. Algo en ella le resulta dolorosamente familiar. La mujer, sin mirarlo directamente, le susurra con una voz quebrada pero firme:
"En algún lugar de mi cabeza, sigo estando. No dejes de buscar."
Y en ese instante, el sueño se rompe.
Salvo despierta abruptamente, recostado sobre un terreno cubierto de hierba, aún salpicado por restos de la nevada mortal. Desorientado, sin comprender si lo vivido fue un recuerdo, una alucinación o un mensaje.
¿Se acuerdan de Lucas? En el episodio anterior lo vimos desvanecerse tras tomarse una botella de whisky. Según su propio relato, se pasó de rosca y terminó tirado en medio de la autopista. Los militares lo recogieron, pero él no recuerda nada de lo que ocurrió entre ese momento y su reaparición.
Ahora, sin embargo, lo vemos transformado. Con una energía casi obsesiva, insiste en que Favalli lo acompañe a la ciudad para emitir un mensaje por radio a todos los sobrevivientes. Pero algo no cierra. Su entusiasmo es tan desmedido, tan fuera de lugar, que no parece el mismo Lucas que jugaba a las cartas con sus amigos días atrás.
Mientras la historia avanza y tratamos de seguirle el ritmo a esta versión cada vez más distorsionada de la realidad, aparece una escena que, aunque fuera de contexto, funciona como un guiño directo al cómic original. Salvo, Favalli, el inútil de Omar, junto a miembros del ejército y algunos civiles reclutados, se detienen al escuchar un rugido familiar en el cielo.
Al levantar la vista, tres aviones Hércules C-130 sobrevuelan la zona a lo lejos. El sonido de sus motores resuena como un eco del pasado, una referencia clara a aquel momento icónico de “El Eternauta” original. Es un destello nostálgico, un recordatorio de la obra madre, aunque presentado en un marco que poco tiene que ver con el contexto narrativo donde esa imagen cobraba verdadera potencia.
Volvemos a encontrarnos con ellos —o con lo que queda— cuando el grupo finalmente ingresa a la ciudad de Buenos Aires, tras abrirse paso con la locomotora a través de la barricada que los cascarudos habían levantado en toda la periferia. Mientras avanzan a pie por las vías del tren, una imagen poderosa los detiene: entre los escombros yace lo que queda de un Hércules C-130, completamente destruido. Y allí, entre la chatarra retorcida, un detalle no menor revela su procedencia: pertenecía a la Fuerza Aérea Peruana.
Una escena breve pero cargada de significado. No solo confirma la dimensión internacional del conflicto, sino que sugiere que la resistencia —aunque diezmada— ha sido global.
En los minutos finales del episodio, mientras un grupo de reconocimiento, para dar un poco más de protagonismo a Igna, seguramente, mientras avanzan por la ciudad devastada, se topan con los restos de otro Hércules C-130. Pero el verdadero impacto llega al descubrir su cargamento. El avión transportaba misiles y planos con un destino marcado: el estadio de River Plate.
Aunque esta escena no forma parte de la historieta original, su inclusión introduce un nuevo eje dentro de la ficción: uno de tinte político y geopolítico. La serie no brinda explicaciones concretas, pero el simbolismo es potente. Para muchos, este detalle funciona como un guiño al apoyo que Perú ofreció a la Argentina durante la Guerra de Malvinas en 1982. Un gesto que, en este universo apocalíptico, se reinterpreta como parte de una alianza regional frente a un enemigo en común.
A los 34 minutos con 18 segundos del episodio, se abre paso una escena inquietante, digna de una película de terror. En la lejanía, la silueta de un niño se recorta contra el paisaje desolado. El teniente a cargo le grita, intentando captar su atención. Pero al acercarse el plano, el rostro del pequeño revela algo perturbador: su mirada está perdida, vacía, como si no escuchara, como si no estuviera ahí realmente.
El militar, guiado más por el instinto que por la lógica, empieza a intuir lo que el silencio esconde. Levanta la vista, y ahí están: decenas de figuras humanas emergen en la escena, en formación. Sus movimientos son mecánicos, sus rostros inexpresivos. Van armados. Parecen personas, pero se comportan como autómatas. La amenaza es inminente y sobrenatural. La tensión se corta con el aire.
Una de las escenas más intensas de este episodio vuelve a poner el foco en Lucas y su inestable estado mental. En lo que aparenta ser un momento de descanso, Favalli, Salvo y Omar se relajan jugando al truco. El clima es distendido, casi como una pausa necesaria en medio del caos. Pero algo en Lucas no encaja. Su mirada está perdida, su atención divaga. Bajo la presión del juego —y de Favalli, su compañero de mesa—, Lucas empieza a desvariar, se agita, y en un arranque de furia lanza las cartas al aire y se pone de pie bruscamente.
El ambiente cambia de inmediato. Omar, intentando calmarlo, se le acerca con cautela, pero en un movimiento tan rápido como inesperado, Lucas lo apuñala en el estómago. Luego huye, dejando a todos paralizados entre el desconcierto, el miedo y la brutal realidad de que ya no pueden confiar ni siquiera en los que están al lado.
Salvo lo encuentra en el lugar menos esperado: parado al borde de la cornisa, con la ciudad muerta extendiéndose detrás de él. El plano es cinematográficamente brutal. Buenos Aires en penumbras, vacía, como si hubiese dejado de respirar. Y al fondo, dominando la escena, el estadio de River Plate irradia una luz azul intensa, antinatural, que corta las nubes y proyecta una silueta fantasmal, como un hongo atómico suspendido en el cielo.
Lucas está completamente fuera de sí. Dice frases sueltas, incoherentes, como si estuviera hablando desde otro plano o en otra frecuencia. No hay vuelta atrás. En un instante desgarrador, se lanza al vacío. No hay gritos, solo el silencio posterior que lo dice todo.
Otra de las secuencias más intensas y visualmente impactantes de este episodio es la irrupción de los “hombres robots”, los llamo así porque son un guiño al cómic original. Su aparición marca un punto de quiebre. La persecución dentro del edificio es asfixiante, construida con un uso magistral de luces y sombras. Las linternas recorren paredes, pasillos y escaleras como ojos mecánicos, generando una atmósfera hipnótica y opresiva. Todo vibra al ritmo de pasos metálicos y respiraciones agitadas.
Favalli y Salvo, arrastrando a un Omar gravemente herido, intentan escapar como pueden. Corren, tropiezan, suben pisos, bajan escaleras. Es una carrera contra el tiempo. Logran llegar a la locomotora, y en el momento más desesperante, Salvo toma posición y demuestra, una vez más, por qué es el núcleo de esta resistencia. Con una puntería implacable, impide que las figuras mecánicas suban al tren. Las balas iluminan la oscuridad. El grupo logra huir, una vez más, por un hilo delgado de suerte y determinación.
Pero no hay descanso. Salvo sabe que esa luz, esa irradiación que brota del estadio de River, no puede esperar más. Decide ir. Solo. Sabe que no hay respuestas fáciles, pero también sabe que esa luz lo llama. Lo que sea que haya allí, es el centro del misterio. Y está listo para enfrentarlo. Franco decide acompañarlo.
Entre las alucinaciones que atraviesan la mente de Juan Salvo, un rostro del pasado irrumpe con fuerza: es la chica del tren, aquella que una vez escribió “Ayuda” con lápiz labial en la ventanilla. Ahora la ve entre las filas de los humanos dominados, convertida en una pieza más del enjambre sombrío que forma el ejército de los temibles “hombres robot”. Ya no hay rastro de libertad ni conciencia en sus ojos; solo obediencia ciega, bajo el control de una voluntad invisible.
Confundido, Salvo murmura con asombro: “Yo sé de dónde te conozco. Yo estuve acá… antes. Esto ya lo viví”. Franco lo observa paralizado, sin entender del todo el peso de esas palabras. La cámara se detiene en la glorieta, donde una figura oscura permanece rodeada por una especie de campo de energía azulada. Desde el interior, se deja ver apenas una mano alargada, con múltiples dedos: uno de “Los Manos”, los enigmáticos antagonistas de “El Eternauta” original. La amenaza toma forma, aunque su rostro todavía se mantiene en las sombras.
La escena cambia y nos traslada a Campo de Mayo. Allí, Clara, su hija, practica tiro junto a otros civiles. Está armada. Su rostro, vacío. Su voluntad, apagada. No hay emoción, ni miedo, ni amor.
Así cierra la primera temporada de “El Eternauta” en el Multiverso de Stagnaro. Con una realidad fragmentada, un enemigo que aún no muestra su cara, y un padre que empieza a dudar de todo lo que ha vivido. Porque cuando los recuerdos se confunden con las visiones, solo queda una certeza: la lucha recién empieza.
EPÍLOGO Y CALIFICACIÓN
Llegamos al final de la primera temporada de “El Eternauta”, la ambiciosa producción de Netflix escrita y dirigida por Bruno Stagnaro. Estos dos últimos episodios fueron clave para consolidar la identidad de esta versión, que claramente se inspira en la obra original de Oesterheld, pero toma caminos propios dentro de un multiverso narrativo cada vez más definido.
Más que una adaptación fiel, “El Eternauta” de Stagnaro propone una reinterpretación libre, con algunos guiños al cómic que los fanáticos sabemos identificar —como la aparición de los personajes Ruperto Mosca y Franco—, pero que también introduce nuevas rutas, nuevas reglas, y una reescritura de mitos dentro de su multiverso. El cierre deja una puerta abierta y una gran expectativa por lo que vendrá, especialmente con la revelación de “Los Manos”, que, al menos visualmente, parecen haber sido representados con acierto.
Mi calificación para la base narrativa y fotográfica de esta historia de ciencia ficción, basada en “El Eternauta”, es un 10 (PELADO Investiga).
Mi calificación para el “El Eternauta Episodio 6: Jugo de Tomate frío” como una adaptación del clásico de Oesterheld es un 10 (PELADO Investiga)
Es necesario señalar lo que se pierde en el camino. El concepto del "héroe colectivo", que fue la gran apuesta ideológica y narrativa de Oesterheld, apenas aparece en esta versión. La idea de la resistencia popular, del valor anónimo y colectivo, se diluye entre tramas individuales y conflictos internos. En ese sentido, esta reinterpretación se aleja bastante de la esencia que convirtió a “El Eternauta” en una obra única dentro de la ciencia ficción latinoamericana.
Esperamos que, en la segunda temporada, si llega, las personalidades de personajes centrales como Salvo y Favalli recuperen el eje que les daba profundidad y coherencia. Que vuelvan a ser guías dentro de un relato que no necesita del caos del multiverso para ser potente, sino de humanidad, convicción y memoria.
Porque si algo nos enseñó “El Eternauta”, es qué frente a lo incomprensible, lo que verdaderamente nos define… es cómo resistimos juntos.
El PELADO Investiga.