EL COMIENZO vs DOMINION: LAS DOS PRECUELAS DE "EL EXORCISTA"


Hoy nos metemos en uno de los casos más insólitos en la historia del cine de terror: una misma película rodada dos veces por dos directores distintos, con el mismo protagonista, pero resultados opuestos. Dos visiones, dos estilos, dos exorcismos. Dos formas de entender el mal.

Así con esta premisa de precuela doble, y cinco momentos claves en una de ellas que la opinión pública y los expertos en cine no vieron, (ponéle) arranca el duelo de hoy. El PELADO Investiga, les presento: “La precuela doble: Dominion vs El Comienzo (y los siete momentos que nadie vio)”.


GUIÓN DE LAS PRECUELAS
En “El Comienzo” (2004), la historia fue prácticamente reescrita, el guion se adaptó para potenciar el terror visual: sangre, cuerpos contorsionados, hienas devorando víctimas, crucifijos que giran al revés y una escena de una nativa dando a luz a un bebé cubierto de gusanos.

El Padre Merrin, interpretado por Stellan Skarsgård (en las dos precuelas), asume aquí un papel más heroico: un sacerdote que debe redescubrir su fe enfrentando físicamente al mal. La película adopta una estructura típica de aventura sobrenatural, con abundantes efectos especiales y un tono marcadamente hollywoodense. El exorcismo se convierte en una batalla externa, donde lo espiritual se traduce en lo espectacular. Más adelante haré una salvedad sobre este aspecto, ya que —aunque pocos lo notaron— hay un elemento que dignifica profundamente la estructura de esta precuela.

En “Dominion” (2005), ofrece una propuesta completamente opuesta: una obra teológica que gira en torno a la fe, la culpa y la redención del personaje central tras el trauma de la guerra y la ocupación nazi. Aquí el guion se adentra en el conflicto moral y espiritual del sacerdote. La puesta en escena es sobria y contemplativa, con el uso de luz natural, largos silencios y un ritmo introspectivo que invita a la reflexión.

En esta versión, aparece como un hombre quebrado, que pareciera buscar respuestas en las ruinas de una iglesia enterrada en África. Todo se centra en el terror psicológico y moral: el exorcismo no es una batalla física, sino una lucha interior entre la fe y la desesperación. Sobre este punto me detendré más adelante, ya que define la esencia filosófica y espiritual de esta versión.

MERRIN Y LOS NAZIS
En “El Comienzo”, la secuencia se fragmenta en una serie de flashbacks que rompen la continuidad del recuerdo. Todo comienza con Merrin observando las ilustraciones del arqueólogo Bession, donde aparece la inquietante figura de un rostro demoníaco: Pazuzu, el mismo que lo perseguirá más adelante. A partir de ese momento, una sensación de vacío lo envuelve y su mente lo arrastra a Holanda, 1944.

Una niña se acerca lentamente; en el suelo yace un soldado alemán muerto, y una mancha de sangre se extiende sobre la nieve hasta confundirse con ella. El oficial nazi la observa, se aproxima, le toma la mano y la lleva frente a Merrin. Con tono gélido, le pregunta su nombre. La escena se corta bruscamente: volvemos al Merrin del presente, perturbado, intentando contener el peso del recuerdo. Un nuevo salto temporal nos devuelve al pasado: el oficial pronuncia las palabras que marcarán al protagonista para siempre —“Dios no está aquí hoy, sacerdote”— antes de apuntar su arma a la cabeza de la niña y disparar.

En “Dominion”, la secuencia se presenta íntegra, sin adornos ni música que suavice el impacto. La historia nos sitúa en 1944, en un pequeño pueblo de Holanda, donde el horror moral se despliega con una frialdad devastadora. Merrin es forzado por los nazis a tomar una decisión imposible: elegir a diez aldeanos para ser ejecutados en represalia por la muerte de un soldado alemán, o permitir que todo el pueblo sea masacrado. La primera víctima es una joven que cae ante la indiferencia del mundo y el silencio de Dios. No hay cortes, ni artificios visuales que alivien el sufrimiento. En esta precuela se nos obliga a mirar de frente el peso insoportable del mal y la pérdida de toda fe en medio del horror humano.

DESCUBRIMIENTO DE LA IGLESIA BAJO LA ARENA
En “El Comienzo”, Merrin llega a una excavación que ya está en marcha bajo supervisión británica. Su ingreso al sitio tiene un tono más sombrío y enrarecido, envuelto en un aire de misterio. Dentro de la iglesia se hace apenas una mención a Lucifer en una de las pinturas murales, pero no se profundiza en las demás representaciones. Todo el ambiente dentro del templo transmite una sensación opresiva, casi fúnebre. El momento más perturbador ocurre cuando descubren el crucifijo de madera que originalmente presidía el altar central: ha sido arrancado y colgado boca abajo. La imagen, escalofriante, se vuelve aún más inquietante al verlo suspendido tras el padre Francis. Como bien señala el propio personaje, esa inversión del símbolo sagrado representa “la profanación de Cristo”. Jamás se explica quién lo colocó allí, ni cómo fue posible hacerlo, considerando que la cruz pende del techo mediante una gruesa cadena metálica.

En “Dominion”, es Merrin quien descubre la iglesia sepultada bajo la arena, y su arquitectura se convierte en un poderoso símbolo de la fe reprimida, oculta y olvidada por el hombre. La película ofrece una serie de escenas visualmente deslumbrantes, en las que se aprecian las pinturas bizantinas que decoran el techo abovedado del templo. Estas representaciones, de una belleza inquietante, narran con detalle la guerra en el cielo y la caída de Lucifer, estableciendo una conexión directa entre el conflicto celestial y el mal que vuelve a manifestarse en la tierra.

En esta precuela se elimina el gran crucifijo que originalmente dominaba el centro del altar. En su lugar, se observa uno más pequeño, de estilo bizantino, adornado con incrustaciones de piedras preciosas. El cambio no es menor: el nuevo crucifijo parece reflejar una fe más ornamental que espiritual, una reliquia hermosa pero carente del poder sagrado que representaba la cruz anterior.

INFECTACIÓN Y POSESIÓN
En “El Comienzo”, el eje de la posesión recae en la Dra. Sarah, personaje que encarna la dualidad entre la tentación y la corrupción que representa Pazuzu. A medida que se desarrolla una relación de tensión y seducción entre ella y Merrin, la trama nos lleva inicialmente a sospechar del pequeño Joseph, quien comienza a manifestar los signos clásicos de una posible infestación demoníaca.

El niño sufre convulsiones violentas en su cama, los objetos a su alrededor se mueven, y su padre, aterrorizado, decide entregarlo al chamán de la tribu nativa para que realice un ritual de purificación. Sin embargo, el intento de liberación produce el efecto contrario: los chamanes colocan sanguijuelas sobre el pecho del niño, quien entra en un estado de shock. Sarah interviene para protegerlo, pero es sujetada por uno de los nativos.

De pronto, los ojos de Joseph se tornan completamente blancos; el entorno se sacude con una fuerza sobrenatural, las ventanas estallan. Cuando los nativos intentan contenerlo, el niño los domina con una fuerza imposible: les dobla los dedos hacia atrás, fracturándoles los brazos y las piernas. Esta escena, intensa y brutal, marca el punto en que la película deja de insinuar lo demoníaco para mostrarlo abiertamente, revelando que el mal ya ha tomado forma entre ellos. Y llevando al espectador a desconfiar cuál de los dos es el poseso: Joseph o Sarah.

En “Dominion”, el poseído es Cheche, un joven lisiado cuya transformación encarna el sufrimiento inocente y la corrupción de lo puro. Tras ser sometido a una operación para corregir la malformación de una de sus piernas, el muchacho comienza a experimentar una recuperación asombrosa: su brazo derecho, antes inútil y deformado, sana milagrosamente hasta recuperar por completo su forma. La Dra. Rachel y el padre Francis observan con asombro lo que parece un milagro, incapaces de explicar racionalmente lo que ocurre.

Movida por la emoción, Rachel va en busca de Merrin, dejando al joven sacerdote a solas con Cheche. Francis, compadecido por el dolor del muchacho, se acerca a rezar por él y apoya el crucifijo de su rosario sobre su frente. En ese instante, el joven abre los ojos, emite un grito gutural estremecedor y, con una fuerza sobrehumana, lanza al sacerdote contra la cama que se encuentra detrás. Cuando el sacerdote logra incorporarse, ve al muchacho mirándolo fijamente con los ojos encendidos en rojo. Una voz profunda, ajena a la suya, le advierte con furia: “¡No vuelvas a tocarme con eso, sacerdote!”.

Aterrorizado, Francis se cubre el rostro. Al bajar las manos, Cheche vuelve a estar recostado, aparentemente dormido. Esta escena marca el momento en que la presencia de Pazuzu se revela con claridad, anticipando la confrontación definitiva entre el demonio y el exorcista, y consolidando el tono espiritual y filosófico que distingue a “Dominion” de su contraparte. El desarrollo del exorcismo lo abordare más adelante, cuando analicemos en detalle esta precuela.

EL PADRE FRANCIS
En “El Comienzo”, el padre Francis se presenta como un personaje enigmático, portador de secretos que el Vaticano prefiere mantener ocultos. Cuando Merrin profana tres tumbas en el cementerio y descubre que todas están vacías, lo confronta en busca de respuestas. Francis le revela entonces una antigua historia: hace más de 1.500 años, un ejército liderado por dos sacerdotes intentó erradicar un mal ancestral que habitaba en esas tierras. Aquel poder oscuro los consumió, provocando una masacre en la que los soldados se enfrentaron entre sí hasta aniquilarse. Solo un sacerdote sobrevivió y, al presentarse ante el emperador Justiniano, le ordenó construir una iglesia sobre el lugar de la tragedia y enterrarla para sellar definitivamente el mal.

Siglos después, cuando los británicos descubren la iglesia bizantina sepultada, el Vaticano envía al padre Francis para comprobar si la leyenda era cierta: que, tras la Guerra en el Cielo, ese sería el sitio donde cayó Lucifer. En esta versión, Francis es un hombre que carga el peso de una verdad incómoda, obligado a guardar silencio sobre una conspiración espiritual que podría alterar los cimientos de la fe y del mundo conocido.

En esta precuela, su muerte ocurre cuando Merrin intenta poner a salvo al pequeño Joseph, llevándolo hacia Nairobi para evitar que los turkana lo asesinen. Sin embargo, una violenta tormenta de arena se desata, bloqueando toda posibilidad de huida. Ante la desesperación, el padre Francis decide refugiarse en la iglesia, convencido de que los nativos no se atreverán a entrar, ya que la consideran un lugar maldito.

Sus últimos momentos con vida lo muestran al pie del altar, con el niño tendido sobre la arena, intentando realizar un exorcismo mientras el caos ruge afuera. Poco después, Merrin lo encuentra muerto: su cuerpo cuelga de una soga y su corazón ha sido arrancado del pecho. Una muerte brutal, que deja en evidencia el poder devastador del mal que ha despertado.

En “Dominion”, en cambio, el padre Francis es retratado con un enfoque mucho más humano y compasivo. Su fe es profunda, su oración constante, y su relación con Merrin se construye sobre un diálogo teológico de gran densidad emocional. En sus conversaciones con el exorcista, Francis representa la voz de la misericordia y del perdón divino. A través de él, se expresa una especie de “catequesis” sobre el amor de Dios hacia quienes se han alejado de la fe: un recordatorio de que siempre existe la posibilidad de regresar a sus brazos, bastando solo con rendirse humildemente a través de la oración. Su muerte sobreviene a consecuencia de las graves heridas provocadas por las flechas que le habían disparado los nativos.

MUERTE DEL MAYOR GRENVILLE
En “El Comienzo”, hay una secuencia perturbadora en la que el Mayor Grenville, mientras prepara una mariposa para sumarla a su colección, comienza a mostrarse inquieto y perturbado. Al pasar una mano por su frente, descubre una gruesa línea de sangre. Mira sus manos: están cubiertas. Confundido, observa la mesa y nota que la mariposa ha desaparecido; en su lugar, yace un cuervo muerto. Sobrecogido por el horror, presencia cómo las mariposas de su colección comienzan a agitar frenéticamente las alas dentro de sus vitrinas. En un gesto desesperado, toma su revólver y se lo apoya en la sien. Entonces, una mariposa viva sale de su boca; al volver a introducirse, aprieta el gatillo y se suicida.

En “Dominion”, la escena se presenta de un modo mucho más sobrio y humano. El Mayor Grenville se encuentra en las afueras de la excavación de la iglesia bizantina, conversando con el sargento mayor. Durante el diálogo, le pide que transmita un mensaje a Merrin, expresándole que comprende todo lo que ha sufrido en los últimos años. Sin previo aviso, saca su revólver, se lo lleva a la boca y se dispara, poniendo fin a su vida de manera abrupta y silenciosa.

LAS DOCTORAS EN LAS PRECUELAS
En “El Comienzo”, la Dra. Sarah, le confiesa a Merrin que fue prisionera en un campo de concentración nazi, donde las mutilaciones sufridas le arrebataron para siempre la posibilidad de concebir o menstruar. Una noche, después de ducharse, la luz se corta y el hospital queda sumido en penumbras. Sarah avanza por uno de los pasillos, y tras de ella comienza a formarse un rastro de manchas de sangre que brotan sin explicación. Esa imagen, tan inquietante como simbólica, anuncia el despertar de una fuerza oscura y marca el comienzo de la posesión que transformará su cuerpo y su alma.

En “Dominion”, la Dra. Rachel Lesno comparte un destino trágico similar al de Sarah en “El Comienzo”: ambas han sobrevivido a los horrores de un campo de concentración. En el caso de Rachel, la referencia histórica adquiere un peso especial. Se menciona el campo de —en polaco, Chelmno—, —en alemán, Kulmhof—, el primer centro de exterminio nazi destinado al asesinato sistemático de judíos mediante el uso de gases. Este lugar estuvo operativo desde diciembre de 1941 hasta la primavera de 1943, y nuevamente en 1944. En la película, este dato no es menor: da contexto al trauma profundo que define a Rachel y explica la oscuridad que carga sobre sí, convirtiéndola en un símbolo del sufrimiento y la culpa que persisten más allá del horror del Holocausto.

Ambas mujeres, desde sus respectivos relatos, se convierten en instrumentos de tentación. Pazuzu las utiliza como vehículo para poner a prueba la fe y la voluntad de Merrin, intentando corromper la integridad espiritual que, aunque el sacerdote crea perdida, sigue latente en su interior. Así, tanto Rachel como Sarah no solo son víctimas del mal, sino espejos donde Merrin enfrenta su propio conflicto interno entre la razón, la fe y el pasado que lo atormenta.

LAS MUERTES RITUALISTAS DENTRO DE LA IGLESIA
En “El Comienzo”, uno de los casos más impactantes es el del personaje de Jefferies, que supervisa la excavación. A lo largo del relato, su cuerpo comienza a mostrar una progresiva degradación: su rostro adquiere un aspecto macabro, como si la corrupción interior —moral y espiritual— empezara a manifestarse físicamente. Desde el momento en que conoce a la Dra. Sarah, se obsesiona con ella, acosándola e intentando seducirla de manera constante, aunque siempre es rechazado con firmeza y sutileza.

Su final es tan brutal como simbólico. Jefferies es hallado sin vida, desollado y colgado sobre el altar de la iglesia, suspendido por los brazos, mientras su cuerpo —ya reducido a un despojo humano— es devorado por cuervos que picotean los restos. La escena, de un horror ritualista y casi sacrificial, parece representar la consecuencia inevitable de la corrupción y la lujuria ante la presencia del mal que domina el lugar.

En “Dominion”, en cambio, se presentan dos secuencias cargadas de simbolismo religioso que aluden directamente a los modos en que fueron martirizados distintos santos del cristianismo. En la primera, dos soldados británicos, asignados a custodiar la iglesia bizantina recién descubierta, ingresan en su interior y observan que el altar mayor, junto a una imponente cruz, está ornamentado con piedras preciosas.

Movidos por la codicia, deciden sustraer algunas de esas joyas para venderlas y repartirse el botín. Al día siguiente, ambos aparecen brutalmente asesinados: uno de ellos ha sido crucificado cabeza abajo, evocando el martirio del apóstol Pedro, mientras que el otro yace decapitado, con su cabeza colocada sobre una bandeja, en clara referencia a la muerte de Juan el Bautista.

Más adelante, el cuerpo del padre Francis es hallado atado a un pequeño árbol, con los brazos extendidos sobre la cabeza y el torso desnudo, atravesado por cuatro flechas. Su postura recuerda a el martirio de San Sebastián.

EL SUEÑO DE MERRIN
En “Dominion”, se incluye una secuencia onírica profundamente simbólica, compuesta por imágenes que rozan lo abstracto y lo místico. En ella, vemos a una figura humana con el rostro cubierto, intentando ponerse de pie, como si emergiera de la oscuridad o del olvido. En otra imagen, aparece una mujer de espaldas, vestida completamente de negro; su mano derecha está vendada, y al levantarla, el vendaje cae, revelando una llaga en la palma: una clara alusión a las heridas de la crucifixión.

Entre estas visiones, irrumpe un rostro familiar para los seguidores de la saga: el de Pazuzu. A diferencia de la película original de 1973, donde su aparición se limita a fugaces destellos, aquí el demonio se muestra en toda su siniestra plenitud, reforzando la conexión directa con “El Exorcista” de William Friedkin y anticipando el inevitable enfrentamiento que Merrin tendrá con él en el futuro.

La secuencia culmina con el hombre del rostro vendado retirando parte de las vendas, dejando al descubierto uno de sus ojos: es Merrin. Frente a él, una hiena lo observa con cautela, avanzando lentamente, como si fuera la manifestación tangible del mal que lo acecha incluso en sus sueños.

LA REVELACIÓN DE MERRIN
En “El Comienzo”, vemos al protagonista solo en el hospital y ante la misteriosa desaparición de Sarah, Merrin decide entrar en la habitación de la doctora. Lo que encuentra es una visión del horror absoluto: las paredes están cubiertas de sangre, una nube espesa de moscas revolotea en el aire, y en la cabecera de la cama se distingue un gran dibujo trazado con sangre fresca. En el centro de esa figura demoníaca, se distingue la efigie de madera con el rostro de Pazuzu recorrido por gusanos. Merrin lo observa con espanto, intentando comprender la magnitud del mal que lo rodea.

Mientras recorre la habitación devastada, nota en el suelo las cartas del tarot esparcidas y un retrato de Sarah vestida de novia, acompañada por un hombre, queda paralizado: el esposo de Sarah es Bession, el arqueólogo que se había quitado la vida frente a él en el hospital de Nairobi, tras tallarse una esvástica en el pecho y degollarse con un trozo de vidrio.

En ese momento, Chuma entra y queda horrorizado ante la escena. Merrin, conmocionado, le pregunta si Bession era efectivamente el marido de Sarah; el joven lo confirma. Luego, con la voz cargada de temor, formula la última pregunta: “Ella entró en la iglesia con él, ¿verdad?” Chuma asiente en silencio.

Y entonces Merrin comprende la verdad: el demonio no está en el niño Joseph… sino en Sarah. Esa revelación marca el clímax de la precuela, el punto en el que el mal finalmente muestra su verdadero rostro.

LA BATALLA ENTRE LOS TURKANAS Y LOS SOLDADOS BRITÁNICOS
En “El Comienzo”, todo conduce a lo inevitable. La historia retoma el relato del padre Francis, quien había advertido a Merrin sobre aquel poder oscuro que, siglos atrás, había consumido a un ejército entero, llevándolo a enfrentarse entre sí hasta la total aniquilación. Esa misma maldición se repite ahora: los dos bandos, cegados por la ira y el miedo, se lanzan a una batalla salvaje, destruyéndose mutuamente. Las escenas son de una violencia brutal y explícita, donde el caos se convierte en una representación visual del mal apoderándose de las almas humanas para empujarlas a la autodestrucción.

En “Dominion”, en cambio, el enfoque es completamente distinto. Sebituana, el líder de la tribu, mantiene un tenso diálogo con el sargento mayor británico. No busca la guerra, sino una solución: exige que la iglesia sea nuevamente sepultada y que le entreguen al padre Francis, a quien culpa de haber traído al pueblo la maldad del hombre blanco y del cristianismo, junto con Cheche, considerado el portador de ese mal. Ambos, dice Sebituana, deben morir para que la maldición sea erradicada y el equilibrio vuelva a su tierra.

LOS 7 MOMENTOS CLAVES DE “EL COMIENZO”

LA CONVERSIÓN DE MERRIN
En “El Comienzo”, el momento de la transformación espiritual del padre Merrin alcanza una fuerza visual y emocional decisiva. Tras ingresar a la iglesia bizantina y dejar atrás la matanza entre los soldados británicos y los turkanas, cierra las puertas a sus espaldas y se enfrenta al desolador escenario: cuervos revoloteando sobre el altar, un charco de sangre, el libro del ritual católico de exorcismos, el frasco de agua bendita y un crucifijo caído.

Allí, frente a ese altar mancillado, se produce un cambio absoluto en el personaje. Merrin, quebrado y consciente del horror que lo rodea, murmura con voz temblorosa: “Oh Señor, perdona mi incredulidad”. Luego, en un gesto de entrega total, eleva una súplica: “Te necesito. Esta gente te necesita. Este valle te necesita. Escucha mi clamor. No me abandones ahora”.

El plano lo muestra de frente, su rostro lleno de luz y desesperación mientras besa el crucifijo. Luego recoge el ritual romano de los exorcismos, el frasco de agua bendita, se cuelga la cruz en el cuello, aún de rodillas, se hace la señal de la cruz con el agua bendita derramada en el suelo. En ese instante, el hombre racional y lleno de culpa muere simbólicamente, y renace el sacerdote, el exorcista que volverá a enfrentarse al mal.

Esta escena marca una conversión auténtica y poderosa, superando incluso a la representación contenida de “Dominion”. Más allá del tono sensacionalista que impregna parte del filme, la secuencia de la redención de Merrin se erige como el momento más trascendente de toda la precuela: el punto en el que el héroe espiritual vuelve a abrazar su fe y su destino.

LA REVELACIÓN DE PAZUZU
En “El Comienzo”, Merrin levanta la lámpara y descubre a Joseph sentado sobre un antiguo sarcófago, bajo el cual se ocultan unas escaleras que descienden hacia túneles subterráneos: el corazón de un santuario pagano donde, siglos atrás, se había adorado al demonio. El niño tiembla, visiblemente aterrado. Detrás de él, se alza la figura de un Cristo crucificado boca abajo, y sobre uno de los brazos de la cruz aparece Sarah, completamente transformada: su rostro desfigurado, su cuerpo corrompido, su mirada poseída por Pazuzu.

Durante unos segundos, la criatura acosa al niño, hasta que Merrin la enfrenta con determinación. Sarah gira lentamente, contorsionando su cuerpo de forma antinatural, y desciende de la cruz con una sonrisa perversa. Avanza hacia el exorcista mientras él sostiene entre sus manos el ritual romano, pronunciando con firmeza las letanías del exorcismo.

El demonio, en un intento de quebrarlo, comienza a desabrocharse el vestido, dejando ver sus senos en un acto de tentación blasfema, burlándose de su fe. Con voz provocadora, lo invita a caer, recordándole su debilidad humana. Merrin, sin ceder, toma la mano que ella extiende para tocarlo y proclama las oraciones con una autoridad renovada, haciendo que la posesa retroceda entre gritos.

La criatura lo insulta, lo desafía: le grita que “Dios no lo escucha”, que “ha perdido la fe”, que “está solo y vacío”. Merrin, lleno de furia contenida y fe renacida, la sujeta con fuerza por los brazos, la mira a los ojos y continúa el ritual con una voz que retumba en las paredes del templo. El demonio se retuerce y grita de dolor, intentando liberarse, hasta que lo arroja violentamente hacia atrás con una fuerza sobrenatural.

Merrin cae al suelo, aturdido. Cuando logra incorporarse, Sarah ha desaparecido. Se acerca a Joseph para rescatarlo, pero de repente dos brazos demoniacos emergen desde la oscuridad del sarcófago: son los de Sarah, que toma al niño por la cintura y lo arrastra consigo hacia los túneles infernales, llevándoselo a las profundidades donde el mal aguarda su enfrentamiento final.

REVESTIDO DE FE
Merrin desciende a los túneles, adentrándose en un laberinto de oscuridad y perdición. Solo lo guía la tenue luz de una lámpara que tiembla entre las sombras. A cada paso, el aire se vuelve más pesado, el silencio más profundo. Llama al pequeño Joseph, su voz se pierde entre los pasadizos como un eco que parece responderle desde otro mundo.

De pronto, una mancha de sangre se extiende en el suelo frente a él. El ambiente cambia: comienza a caer una nieve imposible, fría y fantasmal. Entre los copos aparece la figura de la niña asesinada por el oficial nazi en su pasado; la ve avanzar ligera, casi flotando, hasta el fondo del túnel. Antes de desaparecer, se detiene y le saluda con la mano, con una inocencia estremecedora.

Merrin da un paso hacia ella, pero su avance es interrumpido bruscamente por el cuerpo sin vida del padre Francis, que cae desde lo alto, atado por una cuerda. Horrorizado, Merrin se inclina y desata el cuerpo, descubriendo una herida abierta en su pecho: le han arrancado el corazón. Guarda unos segundos de silencio ante su compañero caído, hasta que el grito lejano del niño lo devuelve a la realidad.

Con determinación, toma la estola del sacerdote fallecido. La besa con devoción, en el punto donde la cruz bordada marca el centro del cuello, y se la coloca con solemnidad. Este gesto no es solo simbólico: la estola representa la autoridad sagrada del sacerdote, el poder que le ha sido conferido para actuar en nombre de Dios y de la Iglesia. Su color morado alude a la penitencia, la reflexión y la expulsión del mal, elementos esenciales tanto en la confesión como en el rito del exorcismo, donde se enfrenta directamente a la oscuridad.

Revestido nuevamente con su dignidad sacerdotal, Merrin se incorpora con firmeza, su mirada ya no es la del hombre quebrado por la culpa, sino la del exorcista renacido. Sin vacilar, se interna en la profundidad de los túneles, decidido a rescatar al niño y enfrentar, cara a cara, al mal que lo espera.

LA ORACIÓN DEL TUNEL
En “El Comienzo”, la escena que describo a continuación —y lo afirmo con total convicción— es la mejor de toda la película, aunque haya sido injustamente subestimada tanto por la crítica como por buena parte del público.

Cuando Merrin sale en busca del pequeño Joseph y se interna en un estrecho túnel subterráneo, el espacio se vuelve una metáfora visual de su propio descenso interior. No hay lugar para erguirse, solo para avanzar arrastrándose, en una posición de total vulnerabilidad. Allí, en ese confinamiento opresivo, sin más luz que la que emana de una lámpara que simboliza su fe, Merrin continúa avanzando, pero no en silencio: reza.

Muchos críticos no comprendieron el significado profundo de esta secuencia. No se trata simplemente de un recurso de tensión o de claustrofobia, sino de una representación espiritual: el exorcista no enfrenta a Pazuzu con su fuerza humana, sino con la invocación y protección constante de Dios, buscando en la oración el sostén para no quebrarse ante el mal.

Este instante, de aparente quietud, es en realidad un momento de plena acción espiritual. Merrin no combate con armas ni con conjuros, sino con la herramienta más poderosa del ministerio sacerdotal: la oración perseverante. Es un pasaje sublime, que muestra cómo la verdadera batalla del sacerdote no se libra fuera, sino dentro de sí mismo, entre la fe que lo sostiene y el terror que intenta consumirlo.

Una escena brillante, profundamente teológica, donde el horror deja paso a lo sagrado: el hombre reducido a su mínima expresión física, pero elevado en espíritu por la fuerza de su fe.

EL ACOSO DE PAZUZU
En “El Comienzo”, la escena dentro del túnel, Sarah se le aparece de improviso y enfrenta a Merrin con furia demoníaca. Sus uñas le rasgan el rostro, mientras su voz alterna entre gemidos y blasfemias. El exorcista, sin perder la calma, le arroja varias veces agua bendita al rostro, haciendo que la posesa retroceda gritando, aunque en su retirada lo arrastra consigo hasta hacerlo caer al final del túnel.

Ya en el suelo de la cueva, Sarah se abalanza sobre él, lo inmoviliza, lo provoca con insultos y lo atormenta con su pasado. Lo llama “asesino”, recordándole el momento en que, durante la ocupación nazi, fue forzado a señalar a los habitantes del pueblo para su ejecución. Merrin permanece inmóvil, con la mirada fija, resistiendo el ataque no con fuerza, sino con serenidad espiritual.

El demonio, dominando por completo la voz de Sarah, le grita: “¡Dios no está aquí hoy, sacerdote!” Y Merrin, con calma inquebrantable, responde: “Ah, sí. Sí está.”

Entonces le cubre la boca con la estola y la arroja lejos con autoridad. Una vez más, la estola —ese ornamento que simboliza el poder del ministerio y la palabra divina— se convierte en un arma espiritual. No hay violencia, sino fe manifestada en un gesto. Aunque algunos críticos desestimaron la escena por su tono visual —la posesa lanzada por el aire, caminando sobre el techo como si el mal desafiara toda ley física—, lo cierto es que se trata de uno de los momentos más profundamente teológicos del film.

Aquí, el ornamento sagrado no actúa como un talismán, sino como una extensión de la fe del sacerdote. La estola silencia al Mal, recordando que la palabra de Dios, incluso cuando no se pronuncia, tiene poder absoluto. Es el instante donde la fe deja de ser discurso y se vuelve acto.

LOS PELDAÑOS DE LA FE
En “El Comienzo”, esta escena —considerada por muchos como lenta o carente de acción— es, en realidad, una de las más intensas y espiritualmente poderosas de toda la película. Merrin asciende lentamente por una escalera de piedra, mientras Sarah, completamente poseída, sostiene al pequeño Joseph amenazando con quebrarle el cuello.

El sacerdote avanza con paso firme, sin miedo, sin titubeos, orando en voz baja y rogando a Dios por la vida del niño. El demonio, a través de Sarah, no aparta su mirada de él, desafiante, pero inquieto. Con cada peldaño que Merrin logra subir, la fuerza de su fe hace retroceder a la posesa, que comienza a temblar entre la furia y el terror.

Al llegar a la cima, Merrin arrebata a Joseph de sus brazos y lo aparta, poniéndolo a salvo. Luego sujeta a Sarah con ambos brazos, impidiéndole huir, y la enfrenta con autoridad: le ordena abandonar el cuerpo que posee. Es un instante de enorme tensión espiritual: la lucha no es física, sino una batalla entre la luz y la oscuridad, entre la gracia y la condena.

Finalmente, el demonio cede bajo la presión de la oración y la fe sobrenatural del sacerdote, y Sarah cae al suelo exhausta. Por unos segundos, su rostro vuelve a ser el de una mujer humana: desorientada, asustada, como si despertara de una pesadilla. Merrin la sostiene, susurrándole que todo ha terminado.

Pero el plano cambia —el foco se posa sobre Joseph, que observa con horror—. El niño comienza a retroceder lentamente por las escaleras, mientras Merrin, al mirarlo, nota una mancha de sangre en su propia mano. En ese instante comprende la verdad: la figura frente a él ya no es Sarah, sino la niña holandesa asesinada por el oficial nazi, su trauma más profundo materializado por el demonio.

Aprovechando su desconcierto, la entidad empuja violentamente a Merrin, que cae por la escalera de piedra. La fe, aunque inquebrantable, vuelve a enfrentarse al límite humano del horror.

MERRIN, PADRE GUÍA Y PROTECTOR
En el desenlace de “El Comienzo”, Merrin pide la ayuda del pequeño Joseph para acompañarlo en la lectura y respuesta de las oraciones del ritual de exorcismo. La escena muestra a ambos unidos en una comunión espiritual: el sacerdote firme y sereno, el niño temeroso pero lleno de fe, caminando uno al lado del otro y recitando las letanías con una pureza conmovedora.

La fotografía refuerza la atmósfera: un túnel estrecho, oscuro, casi asfixiante, que transmite al espectador una sensación de miedo y opresión. Sin embargo, dentro de ese espacio de sombras, la fe se convierte en su única luz. Cada paso, cada palabra del ritual, fortalece el vínculo entre ambos. Son dos almas que se sostienen mutuamente, protegidas por el escudo de la oración y la palabra de Dios, que resuena en las paredes como un eco sagrado.

El plano siguiente los muestra desde atrás, avanzando hacia el corazón del túnel, sus siluetas recortadas por la luz de la lámpara, hasta llegar al clímax de la precuela.

De pronto, una figura surge al final del túnel, corriendo hacia ellos con violencia: Sarah, poseída, desfigurada, gritando maldiciones en un frenesí demoníaco. Merrin coloca al niño detrás de sí, adoptando una postura protectora, y enfrenta al mal con una serenidad inquebrantable. No hay miedo en su mirada, solo una certeza absoluta: su fe en Dios.

Cada letanía que pronuncia, cada oración que proclama, golpea a la posesa como un puñetazo invisible. Su rostro se distorsiona, su cuerpo se retuerce, y la tensión crece hasta el límite. El demonio avanza con furia, pero Merrin no cede. Su voz se eleva, poderosa, proclamando dos veces: “¡Yo te expulso!”

En ese instante, Sarah parece chocar contra un muro invisible, lanzada violentamente hacia atrás por una fuerza sobrenatural. Su cuerpo cae destrozado frente al sacerdote y al niño. La posesión ha terminado.

Merrin se acerca lentamente. Sarah, ya consciente y liberada, toma la cruz entre sus manos, la aprieta con fuerza y, mirando al exorcista, le agradece con un suspiro débil. Una gran cantidad de sangre surge por detrás de su cabeza: suplica a Merrin que la ayude, pero es inútil, la batalla dejo secuelas en el cuerpo irrecuperables, en segundos fallece.

La escena final muestra a Merrin y Joseph saliendo de la cueva, emergiendo desde el suelo de arena del desierto hacia la luz. Frente a ellos, los cuerpos semienterrados de británicos y turkanas se confunden con la arena, mientras la cámara se aleja en un plano general solemne, que cierra con una sensación de silencio y redención.

LOS 4 MOMENTOS CLAVES DE DOMINION

LA MANIFESTACIÓN DE PAZUZU
Después de la aterradora reacción de Cheche ante la cruz y su violenta manifestación frente al sacerdote, el padre Francis está convencido de que la única manera de salvar al muchacho es bautizarlo, antes de que el demonio complete su posesión. Desesperado, insiste a Merrin en que el rito debe realizarse dentro de la iglesia bizantina, el lugar donde comenzó todo.

Una vez allí, Francis, la doctora Rachel y el joven Cheche preparan el ritual bautismal. El ambiente está cargado, casi irrespirable. Inclinan al joven sobre la pila bautismal. Francis recoge el agua bendita con la mano, y mientras se dispone a ungir su cabeza, algo imposible sucede: las cicatrices del cuerpo del muchacho comienzan a cerrarse rápidamente, como si la carne misma se regenerara bajo una fuerza invisible. Sus ojos cambian de color, su respiración se agita, y de pronto se desploma inconsciente. Rachel, sorprendida, cree que el milagro ha ocurrido…

Intentan incorporarlo para continuar el rito, cuando Cheche, poseído por una fuerza brutal. De un solo golpe lanza a Francis por los aires, estrellándolo contra una de las estatuas de arcángeles que rodean el altar, mientras Rachel es arrojada violentamente contra una pared.

El muchacho —ya no él, sino, Pazuzu hablando a través de su voz — se inclina sobre el cuerpo del sacerdote malherido y pronuncia con desprecio: “te lo advertí, sacerdote.”

Con una sola mano, lo levanta del cuello, apretando con una fuerza inhumana. Pero de pronto, su poder parece debilitarse. El cuerpo de Cheche tiembla y vacila, como si el demonio aún no hubiera logrado dominarlo por completo o si su anfitrión resistiera desde dentro.
 
Francis, jadeante y con el rostro marcado por el miedo, aprovecha el momento de debilidad del demonio. Sabe que no tiene tiempo que perder: necesita el ritual completo de exorcismo, que ha dejado en su residencia. Rachel queda atrás, intentando contener al muchacho, mientras Francis emerge de la oscuridad de la iglesia hacia la noche africana. Afuera, se cruza con Merrin. Con la voz entrecortada, el joven sacerdote le advierte: —“Cheche está poseído.” Da unos pasos, pero antes de alejarse, se detiene, se vuelve hacia su compañero y, con una mirada que mezcla horror y certeza, le dice con firmeza: —“Satán es real.”

Sin añadir una palabra más, se interna corriendo en la oscuridad, decidido a recuperar las armas espirituales necesarias para enfrentar, una vez más, al demonio Pazuzu.

LA SÚPLICA DEL PADRE FRANCIS
En “Dominion”, el retorno de Merrin al camino de la fe comienza en un momento profundamente humano: el lecho de muerte del padre Francis. Herido de gravedad por las flechas que atravesaron su cuerpo, el joven sacerdote, con voz quebrada, le ruega a Merrin que realice el exorcismo sobre Cheche. Le advierte que el demonio ha tomado posesión del muchacho y que no hay tiempo que perder.

Merrin, aún escéptico y racional, le responde que debe consultar la situación con el arzobispo antes de proceder. Pero Francis, con las pocas fuerzas que le quedan, lo detiene con una súplica desgarradora: —“No, debe hacerlo usted. Ahora.”

Esa petición, más que una orden, es un acto de fe.

Conmovido, Merrin se dirige a la iglesia. Desciende al túnel bajo el templo en busca de Rachel. Allí la encuentra desmayada en el suelo. La despierta, pero al recobrar el sentido, la mujer entra en un estado de histeria, recordando confusamente los sucesos que presenció. Revive fragmentos de su pasado, de su esposo, de su culpa. Merrin intenta calmarla, apelando a su razón y su fe, hasta que ella, atrapada entre el deseo y la manipulación, lo besa con desesperación, quebrando toda distancia espiritual entre ambos.

Mientras eso ocurre, Cheche los observa. Ya no es el joven frágil y lisiado que conocimos, sino una figura transformada: su cuerpo es fuerte, su presencia imponente, su mirada fría y perversa. En su rostro se insinúa otra entidad, una conciencia ajena. Es Pazuzu, manifestándose a través de él.

EL PRIMER ENCUENTRO CON PAZUZU
Tras el beso de la Dra. Rachel, Merrin presencia una revelación escalofriante: frente a ellos se manifiesta Pazuzu, encarnado ahora en el cuerpo transformado de Cheche. La conversación alcanza su punto culminante cuando Pazuzu, con una voz serena y seductora, pronuncia sus últimas palabras antes del enfrentamiento: —“Yo ofrezco libertad.”

En ese instante, Merrin comprende la magnitud del peligro. Sin responder, da media vuelta y huye del lugar, corriendo por las escalinatas de piedra que descienden hacia las profundidades bajo la iglesia bizantina, mientras el demonio, en calma, lo observa retirarse con una sonrisa, esperándolo con la seguridad de quien sabe que el verdadero combate aún no ha comenzado.

LA CONVERSIÓN DE MERRIN Y EL EXORCISMO FINAL
En “Dominion”, asistimos al verdadero renacimiento espiritual del Padre Merrin. La secuencia comienza con él arrodillado al pie de la cama del moribundo padre Francis, en un momento íntimo de súplica y arrepentimiento. Con voz temblorosa y mirada humedecida, implora perdón y fortaleza: sabe que se avecina la prueba definitiva, el enfrentamiento con el mal absoluto.

En una escena posterior, lo vemos en su habitación, abriendo una mochila polvorienta. Extrae con solemnidad sus vestiduras sagradas: el alba, la estola y la cruz. Las dispone cuidadosamente sobre la cama, se reviste con los hábitos sacerdotales y toma en sus manos el Rituale Romanum, símbolo del poder de la Iglesia sobre el demonio. Es el regreso del exorcista, del sacerdote que había renegado de su fe.

La cámara lo sigue mientras camina en medio de la noche, atravesando el campamento británico. Los soldados, tensos ante el inminente ataque de los turkana, apenas notan su presencia. Merrin avanza sin temor, rezando en voz baja, preparándose espiritualmente. Entra a la cueva bajo la iglesia bizantina, ese espacio profano donde el mal habita desde siglos. Esparce sal en los cuatro puntos del altar, purificando el lugar.

Entonces, Pazuzu aparece. Surge detrás de él, majestuoso y grotesco, burlándose de su fe, de sus hábitos sacerdotales, de su regreso a Dios. Merrin no responde con palabras humanas: recita oraciones del ritual de exorcismo, invocando a Cristo con voz firme. El demonio se ríe, lo desafía, pero cuando el sacerdote lo rocía con agua bendita, el cuerpo de Cheche se retuerce de dolor, rugiendo con furia.

Pazuzu mueve su mano con violencia invisible y arroja a Merrin contra la pared rocosa. El sacerdote se levanta, tambaleante, pero no cede. Continúa las letanías sin pausa. En paralelo, la película intercala escenas poderosas: los turkana preparándose para el combate, los británicos gritando con euforia, Rachel llorando con un cuchillo en mano, Chuma temblando en su tienda, Emekwi rompiendo un retrato de Cristo. Todo el caos exterior refleja la batalla interior entre la fe y la desesperación.

Pazuzu ataca con su arma más sutil: la culpa. Con voz tenue le recuerda su pasado, el día en que los nazis lo obligaron a elegir quiénes morirían. Merrin, por un instante, flaquea. Se ve transportado nuevamente a 1944, pero esta vez, en un acto de redención, dispara al oficial nazi, cambiando el curso de aquel recuerdo maldito. Sin embargo, también recibe una bala y cae al suelo. El tiempo se detiene.

La secuencia se funde en una visión simbólica y onírica: imágenes místicas, la figura del hombre vendado que se quita las vendas y revela su rostro —es Merrin— frente a Cheche, quien le dice con voz ambigua: “Hiciste lo que pudiste… pero Dios permitió que todos murieran.” El diálogo se convierte en una lucha espiritual: culpa contra fe, desesperanza contra redención.

De rodillas, Merrin reanuda el exorcismo con renovada determinación. Su voz se impone sobre los gritos del demonio. Pazuzu retrocede, debilitado, abre la boca y de ella brotan langostas, arremetiendo contra el sacerdote, lastimándole el rostro. Pero Merrin no se detiene. La oscuridad que dominaba la cueva se disipa lentamente, y un resplandor dorado lo envuelve todo.

Cuando la luz se asienta, Pazuzu ha desaparecido. Frente a él yace Cheche, libre, con el rostro sereno y sin cicatrices. Merrin, exhausto, pero en paz, le da la bendición final. Sus vestiduras, su rostro, intactos, y su mirada firme nos confirman que el exorcista ha renacido. No solo ha vencido al demonio… sino también a sí mismo.

EPÍLOGO
Ambas versiones son el reflejo de una misma búsqueda: la reconstrucción de la fe. Las dos precuelas plantean la caída interior del sacerdote; su levantamiento externo. Juntas completan el círculo espiritual del Padre Merrin: de la pérdida a la reafirmación, del silencio al enfrentamiento, de la culpa al acto.

Mi calificación para “El Exorcista: El Comienzo”, es un 10 PELADO Investiga.

Mi calificación para “Dominion: la precuela de El Exorcista” es un 10 PELADO Investiga.

Puede que “El Comienzo” no tenga la sutileza ni la profundidad de “Dominion”, pero en su aparente superficialidad late una liturgia escondida. Su director filmó, quizás sin quererlo, la travesía espiritual de un hombre que vuelve a creer. Los críticos se rieron de sus efectos, pero pocos vieron esos siete pasos que marcan el verdadero exorcismo: tentación, vocación, fe, enseñanza y redención. Ahí está el verdadero poder del Padre Merrin: no en el ritual, sino en la fe que se rehace frente al Mal.

El PELADO Investiga

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